Sin lugar a dudas el mate es parte de nuestra vida cotidiana. A la tarde
mateamos con los chicos, el domingo con Matías, mientras trabajamos con Anahí y
Ana María el mate es infaltable.
Comencé a tomar mate en mi adolescencia, con mis amigos y amigas,
y enseguida lo incorporó toda la familia, incluso papá que había dejado de
matear hacía años por la úlcera. Recuerdo los domingos escuchando el partido de
River en la radio -en esa època no habìa Futbol pata todos y habìa que pagar
para ver a los Millo- y compartiendo un amargo en familia.
Desde esa època hasta ahora el mate me ha acompañado siempre, y ya no tomo
sólo amargo, tambièn me gusta dulce, con yuyos, incluso tomé tereré hecho con
jugo de naranja bien frío, me lo preparaba mi tìa abuela Negri cuando la
visitaba en esas tardes insoportables de 40º en la ciudad.
Pero debo confesar que el mejor momento es el de tomar mate sola por la
mañana, cuando todos parten y quedo disfrutando de un ratito para mi. Pongo la
pava y busco un lugarcito para relajarme. Puede ser mi cama, el patio o en el
comedor disfrutando del paisaje. Sentir como va despertando el día mientras el
mate se va lavando.
Y para este momento elijo un jarrito enlozado rojo, un poco golpeadito, pero
que tiene el tamaño justo. Lo compramos con Matías un verano en Mar del
Plata.
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Soy toda oídos...