Me encantan los canastos, grandes, pequeños, medianos, de mimbre, de colores, como sean. Y el super artesano que tengo en casa lo sabe y no deja de sorprenderme con propuestas como esta:
Les cuento como fue. Un día llegó con tres canastos que le había comprado a un hombre que los ofrecía en la calle de entrada del pueblo. Estuvieron un tiempo circulando por la cocina hasta que se decidió a unirlos con alambre grueso del que usamos acá para tejer la caña de los techos.
Como el alambre quedaba muy desprolijo optó por taparlo, había varias opciones pero esta es única: corteza de árbol. Por último elegimos el lugar de donde colgarlo y listo. No hay persona que entre a casa y no haga un comentario de nuestros canastos colgantes.
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Soy toda oídos...